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«La pintura para mi es un festín en donde no se come, sino donde se es comido»
Esta es, y en ello consiste, mi tauromaquia.
Cuatro son, a nivel simbólico, sin paisaje, y tres restantes con paisajes. La expongo para que vuestro criterio caiga sobre ella, porque este bello animal goza de unos privilegios que otros no tienen, como su independencia; pues todo aquel que tenga personalidad ama la independencia. Él raya la más alta cota de independencia, por lo tanto, no es nada sociable.
La personalidad del toro es vencer y librarse de su poder y su fascinante hechizo. Es escapar del laberinto de Dédalo, que impide el vuelo de la libertad. Vencer al toro es triunfar en toda la importancia, porque en él se encarnan toda la jerarquía y los poderes que el pueblo no puede alcanzar. La vaquilla es un sacrificio ritual, y el sacrificio ritual únicamente pueden perpetrarlo quienes creen en lo sagrado. Pues nuestro culto al toro es la expresión profunda de una tauro-tarquía que difícilmente entienden quienes miran sin ver. Solo esos hombres que muestran su rebeldía enfrentándose al toro —el mito trágico de Nietzsche, el mito invencible— pretenden vencer así todos los mitos, amparándose en esa suerte de religión que es la tauromaquia.

La ceremonia ritualizada de la ofensa al toro, la liturgia provocativa al portador del poder —y acaso también del mal—.
Nadando dentro de mi madre, me sentí torero por primera vez. Al salir de ella, por primera vez me encontré con la vida y la muerte, pues no en vano vi al toro de la muerte de primera mano. Mis padres ganaron la partida al deseo de querer ser torero. En edad de enseñanza primaria, y en edad secundaria, se antepuso mi deseo. Fue ya cuando supe lo que era ser torero. Mis instintos respondieron que el toro era mi vida, pues sin él no sabría vivir. Si alguna vez no pudiera más, me valdría morir. Fue como el primer beso a la mujer querida: “quiero besarte aunque… aunque me lleve la muerte; pero prefiero morir, morir sabiendo que te tengo a ti.”
De granados bañan el cielo; en la calle guardan silencio. Granado, corinto y oro en el cielo azul, pórtico de los toreros, que amarillas son sus obras, ¡qué contento tienen el cielo!
Ser torero es salir de la mística del público soberano. Por esto, a su edad avanzada, su destreza y hazaña no fueron descabelladas.
Paciente lector, sagaz y de buena medida: en la parte que te corresponde, te ofrezco mis obras. Quiero tu respuesta, sin halago.
Mis Obras
Descubre mis trabajos artesanos creados por mi al igual que mis pinturas


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